¿De qué moriremos en el año 2020?
The Lancet 1997; 349: 1263
Es habitual que las instituciones financieras internacionales y las haciendas nacionales subvencionen estudios destinados a prever la producción industrial, la inflación y las áreas de inversión. Por el contrario, se presta relativamente poca atención, en comparación, a predecir el futuro de la salud de las naciones: las cargas del presente son, quizá, demasiado opresivas, y se considera que se va a sacar poco provecho de tales especulaciones.
El Banco Mundial, sin embargo, en colaboración con la OMS, inició un estudio de este estilo en 1992. Cuando esta última publicó los resultados en 1994, llamaron poco la atención. En este número, The Lancet publica el primero de cuatro artículos de Murray y López sobre el Global Burden of Disease Study. Los hallazgos del primer artículo sobre mortalidad según la causa en el mundo pueden sorprender a algunos lectores e indudablemente sugieren que las actuales estrategias para mejorar la salud en el mundo podrían tener que revisarse.
En 1990 hubo 50.5 millones de muertes en todo el mundo. Murray y López citan las primeras 30 causas más frecuentes. A continuación se sitan las primeras 10, en millones:
Cuatro de esats 10 (cardiopatía isquémica, enfermedad cerebrovascular, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y cáncer de pulmón) pueden prevenirse parcialmente mediante la determinación política de reprimir el tabaquismo, corrigiendo la polución industrial y las dietas desequilibradas y luchando contra la pereza. Una, el sarampión, puede vencerse mediante inmunización, y otra, las enfermedades diarreicas, mediante la mejora de las condiciones sanitarias y la provisión de soluciones de rehidratación oral. Los accidentes de tráfico y los trastornos perinatales han demostrado ser refractarios a los intentos de prevención, y no existen perspectivas realistas de vencer la tuberculosis, a menos que las compañías farmacéuticas puedan ser persuadidas de que aumenten de forma notable sus inversiones en tratamientos contra la tuberculosis.
En orden descendente, la lista plantea verdaderas sorpresas. En 1990, los suicidios (786.000, número 12) superaban ampliamente a las muertes por la infección por VIH (312.000, número 30); las muertes por ahogamiento (504.000, número 20) eran más frecuentes que las muertes en las guerras (502.000, número 21). La malaria se encuentra sólo por poco fuera de las diez primeras causas con 856.000 muertes.
Esta lista no refleja el énfasis que se hace sobre las medidas preventivas para la salud pública en todo el mundo, ni los proyectos que atraen más subvenciones. Merece la pena destacar cómo se está gastando mucho más dinero en investigaciones sobre la infección por VIH que en las causas del suicidio o en la prevención de accidentes de tráfico y por qué ocurre así. Murray y López predicen, en un artículo próximo, que hacia el año 2000, las dos primeras causas más frecuentes de muerte en el mundo no cambiarán pero que la enfermedad pulmonar obstructiva crónica se desplazará al número 3, el cáncer de pulmón al número 5, los accidentes de tráfico al número 6 y el suicidio al número 10. Considerando las preguntas que estos resultados plantean, ¿ha sugerido la OMS un cambio en su política actual respecto a dar prioridad a erradicar las enfermedades infecciosas y presionar para que tanto naciones como instituciones benéficas subvencionen tales esfuerzos?. Ni mucho menos. Por el contrario, la OMS insistió en el último minuto en que se añadiese un rechazo a estos artículos, señalando que "las opiniones expresadas no reflejan las opiniones, políticas o criterios de la OMS". Esta tímida respuesta es inaceptable. Lejos de distanciarse de los hallazgos de Murray y López, una actitud más productiva debería resaltar su valor como catalizador para iniciar un debate nuevo y asequible sobre las prioridades de la salud internacional, tanto dentro como fuera de la OMS.
The Lancet
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